Review of book “Luz de otra sombra” de Beatriz Saavedra Castelum

Επιμέλεια: Εύα Πετροπούλου Λιανού

Reseña del libro Luz de otra sombra de Beatriz Saavedra Gastélum

Mariana Bernárdez http://www.marianabernardez.com

Son tantos los caminos que van hacia el cielo que pareciera todo cuestión de echarse a andar. ¿Fue así que nos encontramos?, ¿o no hay encuentro fortuito?, no lo sé, poco sé ya de la poesía y del  tintineo del tiempo, y a pesar de advertírtelo me das Luz de sombra en un gesto trémulo como quien confía el latido atribulado a otro que ha olvidado el mundo. Sombra y no evanescencia que preserva dentro de sí una luminosidad tal que indica los escollos del ascenso y la caída inevitable hacia el cuerpo. ¿Será ése el recorrido que habré de leer y leerme en impar destreza?, pues una vez caídos inevitable es seguir cayendo por la espiral del tiempo.

Trazo que anuncia su por nacerse: alumbramiento de difícil equilibro, pues de haber claridad será señal de la fractura inicial entre el mundo y el lenguaje… sin duda, el desierto crece.  En el devaneo incesante de las imágenes, tu poesía abre a tajo el silencio, atisba el vértigo de la muerte y el relámpago efímero de la vida, linde desde el cual se presiente el engranaje de una poli-cronía de voz inmemorial e interminable, a veces huella, a veces fuego, ahí donde la noche sueña su presencia, donde la duermevela anuncia los espejismos de la luz. De tantas muertes sólo una habrá de ser fatal y se entreabre el mundo/ por las rodillas trepando,/mujer de aguas/ corre entre llamaradas/ que sostienen las alas del día. Temblor. Parirse. Tiritar. ¿Naufragio o ventura?

Desfilan los días en su movimiento pendular, en la relación amorosa, en el cuerpo que se des-cubre amante, y más allá de eso, germen y simiente que habrá de desagarrar la atadura primaria de la carne. La mirada se tiende en una lejanía que pareciera ser incapaz de alcanzar al otro, observa el constante fracaso de cerrar la distancia y saberse eterna. La mirada registra, atiende, se lanza en pos del día, colecciona, describe, ataja y se detiene, cronista de sí misma sabe por la luz y por la sombra que la habitan, que la única posibilidad de salvación es atravesar su imposibilidad: rumor derruido mi pensamiento. 

Vencido el ritmo primario del tránsito, ¿cómo volver a su pulso? Ausente de sí habrás de inmolarte hasta llegar a ese antes de las letras, ahí donde la destrucción es invención de la memoria y donde el cuerpo es letanía que erige la vida. En esta extraña polifonía el derrotero del que das cuenta vera constantemente alrededor del lenguaje, de su desgaste, de su incapacidad de expresar la rabia de quien se ha roto sin previo aviso, nomenclatura cifrada que sólo es entendida por quien ha cruzado los arillos del infierno de la otredad, ¿dónde el círculo?, ¿dónde el límite de la circunferencia que se dibuja en el abrazo? Itinerario de la orfandad de quien ha debido quemar hasta su ausencia y explora la ansiedad como acertijo del nudo vital. Tanto abandono para alcanzar la orilla del límite, diría que “la vida es un asunto solitario” y tú escribes habito en residuos como si la ruina fuera marca del ultraje del desamor. Tanta ira será el impulso de la escritura, puente de vértigo o umbral del abandono, ahí donde lo negro se hace más negro, donde la noche sin sosiego anuncia un vacío que habrá de ser acariciado por la memoria para lograr una reconciliación; cuando descubres que el revés de las palabras asciende en mundo y supera la tregua angustiosa o el temor cierto de las noches.

Déjame leerte, déjame leernos, porque esto cuentas, esta fatiga, esta niebla, esta bifurcación  donde las letras son quizás una manera de morir es porque también son una manera de translumbrarse / alumbrarse/ enlumbrarse/ con-lumbrarse. Nacer y morir, serpiente que se enrosca sobre sí para revelar la mordedura del silencio, ahí donde no hay nadie, salvo la sibila prorrumpiendo con su voz la sentencia del oráculo, esa materia ligera que sostiene el final de las cosas, ese no-ser que sólo la poesía es capaz de mentar cuando se ha perdido hasta el olvido.

Ahora las palabras son puertas, 

suicidio en el espejo,

sitios vacíos,

hilos del mundo

donde desterrar la ira,

para escarbar luego bien hondo

y descubrir que no hay nada.

Derruido todo, la sobrevivencia comienza a través del reconocimiento del propio cuerpo como derrotero en pos de la palabra, evocar en su imprecisión el deseo como si en su crepitar se alcanzara lo que verdaderamente se es: un cuerpo, sólo un cuerpo y luego nada porque el mundo no cabe en ocho sílabas aunque la brizna del silencio sea laberinto que entraña el verso. Volverse cuerpo, encarnarse, transfigurar el rostro en uno que diga el dentro. Tocar los labios, posar de nueva cuenta el alma en el cuerpo y caer para serse estancia, entonces pronunciarse en el vahído de la libertad, ésa que se inventa al tacto de piedra y conocer la brutalidad de la luz, los otros rostros de la realidad, la sombra hecha de pasiones, los nuevos nombres que oscurecen los días y tocar por un instante la eternidad: la enormidad de la noche.

Nacerse, respirar, quedamente, en la pretensión de que en la ceniza del nombre se entrama lo no visto, lo vivido y lo porvenir, intimidad que comienza a desbrozarse en el balbuceo sincopado que terminará por elevarse en desgarradura. Diluidas las fronteras del centro, el rostro se colapsa en arenales, miríadas de granos, dunas de formas inimaginables, destrucción de quien ha atravesado el arenal de la soledad y el pretil de su devaneo que engulle en su oscuridad: durante meses van a temblar las puertas […] aún no acabo conmigo; trazo de la furia que es guía del asombro o trayectoria de la palabra que asumida su destrucción es capaz en su pulsión de volver a latir en la menudencia de lo nimio para recuperar la gracia de lo disipado: agua inmemorial por la que se resignifica la valía interna y por la que un día se cruza la puerta y se toma camino para contar la propia historia.

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