Επιμέλεια: Εύα Πετροπούλου Λιανού
CREYENDO SIEMPRE QUE HABIA GANADO LA BATALLA: DEL POEMARIO “LA CASA DEL MAMUT”, DE CARLOS GARRIDO CHALÉN
Los tornados agitaban los tenderos
y competamente oscurecidos
pr la condensación y el polvo,
asustaban en sus apeaderos
con su acústica
al musgo
y los helechos.
Pero la naturaleza
no se agredía
a sí misma:
se conmemoraba.
El Cielo disfrutaba la gracia
de una tierra
sembrada para el disfrute
de los que navegaban,
adivinando el mañana
en su falúa.
Y el Mamut con sus ojos de pira
deleitaba
a las libélulas.
La Casa del Mamut
era el santuario de la tempestad
y de la vida.
Entonces había consonancia
entre el pasado,
el presente y el porvenir
porque el tiempo no existía.
O si existía
nadie lo arreaba
como caballo trotón
porque a la naturaleza
le interesaba más
la eternidad que sobrevuela
– sin trincheras ni barricadas –
todos los peñascos.
Y el Mamut
caudillo de esa heredad,
formidable rocín
en los parajes de la celada
al que le pesaba hasta el alma
gamitaba en el mirador
de las trompetas
y se mofaba
del turbión y los morteros.
No era suyo el problema
que ahora
agobia a la humanidad
y ponía en peligro en el alud
su jaca
y su destino.
En verdad,
tenía la dinastía de un mutismo
interesado
que asustaba en las zonas montañosas
a la nieve.
La Casa del Mamut
le resultaba inmensa
a las hormigas
cuando el polvo levantado
por los vientos de la cantinela
y el granizo
reducían la visibilidad
de los tornados
y la cercanía de los enemigos.
Y allí se instalaba
la amenaza,
cuando los tornados nocturnos
eran iluminados
por la aparición de rayos
y la luna se ausentaba
del berenjenal
y era del color del piso
la canela.
La Casa del Mamut
auspiciaba el amanecer
de la flora
y la fauna
y era de luces la alegría del sol
cuando se lo permitían.
Se remecía
solo cuando entraba
en el ojo neutral
de la báscula en la cantera
y la luz era bloqueada
por los escombros
girando alrededor aclimatado
del alón
y el contorno del Planeta.
El Mamut no entendía
ni tenía por qué entender,
cómo comenzaban
girando en dirección anticiclónica
formados por una corriente vertical
de aire
sus almenas.
Solo le importaba saber
que su Casa,
el Monasteriode la Humanidad
no era Casa del precipicio.
Que era Casa tal vez
de la esperanza
aunque a su alededor
se preñaran de infortunio
la mar gruesa,
el médano
y la medusa,
el mejillón bivalvo
y la gardenia.
El Mamut
que celoso cuidaba
con su mirafondo
la casa de los sobrevivientes,
y conocía
las tormentas de arena
y los gustnados,
se daba el lujo de retar
desde su noray al torbellino
que descendía
al borde de las nubes
en espiral
con sentido horario
y sospechosos augurios
creando la embestida.
Y en ese frente
re ráfagas y pámpanos,
– ientras los panchitos
se corrian al sur de las anguilas
y los peces del litoral se sumergían
en el lastre de piedra
y hacían su muladar en la escollera –
se adueñó del todo
y de la nada
d su especie
– en el pesquil,
en las cuadernas de popa
de su barco imaginario,
el escorpión miraba de reojo
al peje sapo –
y se puso a orzar cerca a los rompientes
– proa a barlovento –
y en la nube de embudo
– como un torpedo –
se declaró autoridad
d los pantanos,
en pariente putativo
de la barracuda,
en energ+umeno,
cuando en la ventolina
le robaban la hembra
codiciada
(aun cuando en su geografía,
en el trimarán de su barco
alguien le cortaba el suministro de aire
a sus brecas
de chapucero
y en su vórtice se debilitaban
sus mañanas
y era difícil caminar la sombra
que silueteaba en el ataúd
de su goleta).
El Mamut tenía
en esos caramillos
– en el buscador de su brújula
de galaneador –
cercanía con las mangas de agua,
parecidas a los remolinos
y podía adivinar
en los gusanos de lodo
de los chapuceros tropicales
por la conjetura de las nubes cúmulos
y cuando vencía sus deseos
desesperados de morir
cómo se iba a portar el aire
en las venanas,
la vegetacion en la curul
que acarciaba el trasero
de las anclas.
Es que hasta el aforo
del cañón
tenía un idioma distinto,
porque en su asonada
no se habían aún definido
las palabras:
viajaban en el divan
del atardecer
– en la puesta abyecta de sol
entre la arandela –
tratando de integrarse
a las frases del hombre que llegaba
y se deshizo en gemidos prodigiosos
la Casa del Mamut
en los designios
de la alondra
y la espada de dos filos del hoy
y del mañana.
No había entonces más que hacer
cuando querían decir algo
los diptongos
y había en los triptongos
extrañas melodías
– en la cabeza de playa del arpegio
ponía su puño de amura
la ensenada –
como si fuera un feriado largo
en los destinos del alba
y el Mamut necesitara
de un sol
para sus lisonjas
y pregonar sus maneras de monte
y de angostura:
allí mismo, en las canteras
de una Divinidad
nunca necesitada de pregoneros
en el furgón de cola
de todas las aarmas.
En la cizalladura del viento
por eso
el Mamut retozaba
horizontal o diagonal
para conversar con la luna
o con el suelo
sin importarle
que “los demonios de polvo”
con sus columnas de aire vertical
crearan en su obsesión
al remolino
la tromba terrestre
y al tornado
y en s dinámica ascendente
y descendente
le hicieran daño tambien
a la cascada.
En la geografía
del despuntar e día
clamaban otros tiempos
y aunque en esa topografía
muchas colisones de aire cálido y frio
creaban tormentas duraderas
incluyendo trombas marinas
absolutas,
que le movían los cuernos sin permiso
a los alces mas errantes,
la Casa del Mamut,
la Resdencia nuestra,
no estaba contaminada como ahora.
Eran otras las estaciones
en los equinoccios
y los solsticios.
La inclinación del eje de giro
de la Tierra
respecto al plano de su órbira
alrededor del sol,
era distinta:
los hemisferios norte y sur
eran iluminados desigualmente
por el astro
según la época del año,
recibiendo distinta cantidad de luz
e intensidad
debido a la duración del día
según la inclinación del horizonte
y cada seis meses
– cuando en la pendura, el agua reclamaba
su derecho
de ser extrema de percha
en los anclajes –
la situación se invertía
y la Casa del Mamut se remozaba
en el verano
la superficie se calentaba más rápido
y en el sur,
cubierto mayormente por agua
el calor era absorbido
por e caza-escoto
de su carta náutica.
En la velería del invierno,
el sol remitía a velocidad crítica
el bochorno,
hacia la atmósfera
y en la cerrazón
y entre vendavales a la caalina
y en el otro lado
la ardentía era absorvida
sin varar
por la velocidad de gobierno
del océano
moderando el velamen
del barco celoso
que no aguantaba vela
en la cantonera.
Y el Mamut
que como la vuelta de escota
de los marineros
era un nudo útil
para unir dos cabos
de distinta mena,
pudo concer al huracán
y aprendió a aguantarlo
hasta que amaine el tiempo
y detectando a los tifones
se ponía proa al viento en la ceñida
o ganando barlovento
y se remecía en su virazón
en el centro de su borrasca circular
creyendo siempre
que había ganado la batalla
por la vida.